Desde que en marzo de este año el COVID-19 entró en nuestras vidas, los estudiantes de este país, de todos los niveles educativos (especialmente de educación postobligatoria), no tardaron en alzar la voz al unísono criticando los nuevos sistemas de enseñanza online y los cambios en las formas de evaluar, pero... ¿Ha sido realmente esta situación tan perjudicial para los estudiantes?
Es evidente que la situación a las que nos hemos tenido que adaptar miles de estudiantes (y también, profesores) han sido completamente inéditas e inesperadas , algo que generó, en un primer momento, un cierto pánico y temor entre los jóvenes universitarios y estudiantes de bachillerato, que se iría agravando con la creciente incertidumbre sobre qué nos depararía el futuro.
“Todo está en nuestra contra”
Este era el pensamiento más habitual que solía repetirse entre mis compañeros de clase. Sin embargo, seguimos vivos y ya, con el curso por acabar, estamos estudiando para los exámenes finales, con los que algunos, por fin, saldremos con un título en nuestras manos.
UN NUEVO DESAFÍO
Han pasado más de dos meses desde que dejamos las clases, las presenciales, las únicas que habíamos conocido hasta el momento. Ahora sonrío, pero ¡qué equivocados estábamos! El coronavirus nos ha demostrado que si algo no debemos es dar todo por hecho. ¿Quién nos iba a decir, tras la celebración del 31 de diciembre, que el cuatrimestre que estaba por venir estaría marcado por clases, tutorías o exámenes online?
Los seres humanos gozamos del uso de la razón y, gracias a ella, podemos superar los desafíos que se nos presentan en nuestro día a día, que son eso, temporales. En este sentido, hicimos lo que tocaba ante circunstancias tan ajenas a nosotros como es una declaración de pandemia mundial: hacer de la necesidad virtud. En poco tiempo, tanto profesores como alumnos, tuvimos la capacidad suficiente para adaptarnos a las nuevas clases online y, aunque algunos tardamos más que otros, prácticamente todos pudimos seguir las clases con regularidad en esa nueva normalidad.
APRENDIZAJES DURANTE ESTE CONFINAMIENTO
En esa nueva realidad virtual, en la que la tecnología y los kilómetros que nos separaban a todos los participantes de la clase eran los protagonistas, contra todo pronóstico, “asistían” más alumnos que los que habitualmente acudían a las clases presenciales, pudimos llegar a conocernos mucho más de lo que hubiesen supuesto las tradicionales “clases de siempre”. Por fin sabemos los apellidos de nuestros compañeros, les ponemos cara a nuestros profesores y llegamos puntuales a todas las clases, bueno, a casi todas. Gracias al confinamiento, pudimos “conectar” mucho más fácil con el resto de nuestros compañeros e incluso, con nuestros profesores que, sin lugar a duda, estoy seguro que han realizado el mayor ejercicio de empatía hecho jamás a lo largo de sus carreras profesionales.
UN ESFUERZO BILATERAL: LOS PROFESORES
Esa conexión con los profesores fue posible gracias a su constante esfuerzo por que entendiéramos la lección, por si pudiese haber ocurrido algún fallo de conexión, a su inmediata adaptación a una tecnología a la que muchas veces se resistían en la antigua normalidad y, en último lugar, a la adecuación de los criterios de evaluación a las tan difíciles circunstancias que atravesábamos muchos de nosotros. En consonancia, los estudiantes también conectamos entre nosotros y prueba de ello ha sido la capacidad que hemos tenido para organizarnos como nunca lo habíamos hecho, alzando, con una sola voz, nuestras reivindicaciones a la hora de gestionar y renegociar los inevitables cambios a los que teníamos que enfrentarnos los pertenecientes a la comunidad educativa.
CUESTIÓN DE ACTITUD
En última instancia, la actitud lo es todo, la actitud con la que te enfrentes a esa complicada tarea que supone estudiar y concentrarse es lo que va a determinar su éxito o fracaso. Gracias al confinamiento, muchos nos hemos podido organizar mejor: nos hemos puesto al día con las asignaturas que teníamos olvidadas por haber perdido demasiado tiempo en casa cuando no teníamos la obligación de estar en ella; hemos sabido administrar nuestro tiempo y hemos organizado la rutina diaria para participar en clase, cocinar, leer y hacer deporte como nunca antes habíamos hecho todas esas cosas. En definitiva, hemos sido más responsables y eficientes porque hemos empezado a valorar lo preciado que es el tiempo.
Y recuerda, siempre es más fácil echar la culpa al otro, al profesor, a la universidad, a la policía, al compañero o a familia, lo difícil es saber buscar el lado bueno de las cosas y eso, solo depende de ti.
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